¿No os ha pasado que estáis hartos de ser siempre el bueno de
la película? Yo sí, estoy cansada de serlo y cansada de ser siempre la tonta
que, a pesar de que la hayan hecho daño, esté ahí para ayudar. Ser un hombro en
el que puedan llorar y ser la persona que intente darles consejos para que sonrían
estando a la vez como ellos o peor. Con el tiempo ha sido fácil ir aprendiendo
a cómo saber fingir estar bien hasta el punto en que los demás lo crean. Fingir
día tras día con una sonrisa en tu boca, llegados a cierto tiempo cansa tener
esa rutina. Llega el punto en que quieres sonreír pero que sea de verdad, no
tener que hacerlo por el hecho de que los demás no lo noten. Y cuando empiezas
a ver un poco de luz, cuando empiezas a notar que puedes llegar a sentir algo
de ese sentimiento llamado felicidad te lo quitan como si de una golosina se
tratase. Tan fácil de quitar como un juguete a un niño pequeño, sin pensar en
las consecuencias que causarás a la otra persona. Duele, porque no ha sido una
vez, ni dos. Han sido más, una tras otra. Cada vez vas perdiendo la esperanza
de que vuelva, lo único que ves es como los demás lo viven y con ello aprendes
a conformarte porque, en el fondo, es lo único que queda.
Esta será una de las pocas veces que lo pueda decir; no, no
estoy bien. Aparento estarlo con una sonrisa en los labios pero no lo estoy de
ninguna de las formas. Es más, creo que nunca he sabido lo que es estar
plenamente feliz. Lo peor no es estar así, es ver como personas que sí lo son
desaprovechan ese sentimiento de tal forma que cuando lo pierdan se darán
cuenta de lo que tenían.